EL PRINCIPIO DEL FIN
¿Cuánto estaríais dispuestos a sacrificar para conseguir aquello que deseáis? Hace ya tiempo que perdí la cuenta de los pedazos de mi misma que he ido entregando para poder preservar el mundo tal y como lo conocemos para vosotros, inocentes mortales, que aún vivís felices e ignorantes en una realidad que se desmorona por momentos. Perdonad si os resulta un tanto pretenciosa mi afirmación, pero la falsa modestia es una de las primeras cosas que sacrifiqué en mi búsqueda. Mi objetivo. Mi destino. Sólo repitiendo una y otra vez lo imprescindible de mi tarea, de nuestra tarea, consigo conciliar el sueño por las noches. Sólo acurrucada en el cálido manto de esta autocomplacencia soy capaz de descansar después de lo que hemos hecho, de lo que hemos tenido que hacer para llegar hasta aquí. ¿Cómo si no podría mirarme al espejo? ¿Como podría seguir caminando entre ladrones, asesinos despiadados, torturadores? ¿Como podría soportar el haberme convertido en una ladrona, una asesina, una torturadora? Si por sólo un instante perdiera de vista este objetivo, si por un segundo admitiera que es cierto lo que me susurran las voces de mi interior, esas mismas voces que me impelen a saciar esta sed inagotable de conocimiento, esta necesidad de búsqueda de verdades rotundas y a huir de las mentiras que he soportado toda mi vida, es posible que abandonara sin duda la ingrata tarea que nos ha sido encomendada y me abalanzará con ansia hacia senderos más sinuosos.
Mi vida se ha convertido en una auténtica pesadilla desde que la señora Winston-Rogers nos contratara para averiguar todo lo posible acerca de los secretos enterrados en el pasado de su padre. He aprendido más cosas de mi y del mundo en el que vivimos de lo que jamás habría imaginado. He cruzado medio globo, perdido la mitad de mi patrimonio, enfrentado a horrores que ni siquiera me hubieran parecido reales en las peores de mis pesadillas tan sólo unos meses atrás. He abandonado a una amiga a su destino y he contemplado sin pestañear como una vieja ciega era arrojada al fuego por nada. He descubierto el placer de recorrer tomos profanos con mis manos por primera vez, y adentrarme en la lectura de sus secretos por la noche hasta la madrugada. He aprendido una miríada de nombres sacrílegos y antiguos maleficios que haría que se os erizaran cada uno de los vellos del cuerpo si me escucharais pronunciarlos en voz alta. He cambiado. Aún es pronto para decidir si me gusta el cambio o no, pero es cierto que la joven anticuara de Arkham abandonó su ciudad natal para no regresar jamás. De cualquier modo, habrá merecido la pena si conseguimos lo que me propongo.
Ya estamos cerca, lo noto, tal vez haya aún esperanza para la humanidad y tal vez seamos nosotros los últimos guardianes de la misma. Sin embargo, no consigo apartar de mi cabeza las últimas palabras de aquella a la que, tal vez en otra vida, me habría gustado llamar maestra «Oooh, pero al contrario mi rojizo amigo. Podría contaros infinidad de cosas de sumo interés. Pero dudo que estuvieseis dispuestos a escucharlas.»
Diario de Valeria Klein, Diciembre de 1934